lunes, 6 de junio de 2011

VIRGEN DE LAS ROCAS

El 25 de abril de 1483, con los hermanos pintores Evangelista y Giovanni Ambrogio de Predis, por un lado, y Bartolomeo Scorione, prior de la Confraternidad milanesa de la Inmaculada Concepción, por otra, se estipuló el contrato para un retablo a colocar sobre el altar de la capilla dicha institución en la iglesia de San Francesco Grande. Esta capilla había sido fundada en el siglo XIV por Beatriz de Este, esposa de Galeazzo I Visconti, y quedó destruida en 1576.
Este contrato de 1483 es el primer documento relativo a La Virgen de las Rocas. La obra debía celebrar la Inmaculada Concepción. El contrato preveía tres pinturas, que debían estar acabadas el 8 de diciembre por un precio de 800 liras que se pagarían a plazos hasta febrero de 1485. La tabla central debía representar a la Virgen con Niño y dos profetas y ángeles, las otras dos, cuatro ángeles cantores y músicos.







VIRGEN DEL TORO

El Santuario de la Virgen del Toro es una ermita situada en la cima del Monte Toro (la montaña más alta de Menorca), está consagrada a la Patrona de Menorca (Nuestra Señora de Monte Toro "o del Toro").

La iglesia, donde se encuentra la imagen tallada en madera de la virgen, fue construida a partir del 1670 sobre la antigua iglesia gótica. Junto a la iglesia, formando uno de los muros del patio interior del Santuario, se encuentra una torre de defensa construida en 1558 sobre la antigua atalaya.
Actualmente el santuario es gestionado por una comunidad de religiosas franciscanas de la Misericordia y sirve de hospedería y posada para jornadas de reflexión y pregaria de diferentes grupos de Menorca

Nuestra Señora de Guadalupe



De acuerdo con las creencias católicas, la Virgen de Guadalupe se apareció cuatro veces a Juan Diego Cuauhtlatoatzin en el cerro del Tepeyac. Según la leyenda guadalupana, tras una cuarta aparición, la Virgen ordenó a Juan Diego que se presentara ante el primer obispo de México, Juan de Zumárraga. Juan Diego llevó en su ayate unas rosas —flores que no son nativas de México y tampoco prosperan en la aridez del Tepeyac— que cortó en el Tepeyac, según la orden de la Virgen. Juan Diego desplegó su ayate ante el obispo Juan de Zumárraga, dejando al descubierto la imagen de Santa María, morena y con rasgos indígenas.
Las mariofanías habrían tenido lugar en 1531, ocurriendo la última el 12 de diciembre de ese mismo año, aunque el relato canónico de las apariciones del Tepeyac —el Nican mopohua— fue publicado en 1649 en el marco de un resurgimiento del culto a la imagen guadalupana que se encontraba en retroceso desde principio del siglo XVII.


Nuestra Señora de la Merced

La devoción a la Virgen de las Mercedes en el Perú se remonta a los tiempos de la fundación de Lima.  Consta que los Padres Mercedarios, que llegaron al Perú junto con los conquistadores, habían edificado ya su  primitiva iglesia conventual hacia 1535, templo que sirvió como la primera parroquia de Lima hasta la construcción de la Iglesia Mayor en el 1540.
Los Mercedarios no sólo evangelizaron a la región sino que fueron gestores del desarrollo de la ciudad al edificar los hermosos templos que hoy se conservan como valioso patrimonio histórico, cultural y religioso.
Junto con estos frailes llegó su celestial patrona, la Virgen de la Merced, advocación mariana del siglo XIII.  Hacia el 1218, San Pedro Nolasco y Jaime I, rey de Aragón y Cataluña tuvieron por separado la misma visión de la Santísima Virgen que les pedía la fundación de una orden religiosa dedicada a rescatar pacíficamente a los numerosos cautivos cristianos que estaban en poder de los musulmanes. Se entregaban ellos mismos como cautivos de los musulmanes como intercambio de los infelices que sufrían esa desdicha.
Esta Orden de la Merced, aprobada en 1235 como orden militar por el Papa Gregorio IX, logró liberar a miles de cristianos prisioneros, convirtiéndose posteriormente en una dedicada a las misiones, la enseñanza y a las labores en el campo social. Los frailes mercedarios tomaron su hábito de las vestiduras que llevaba la Virgen en la aparición al fundador de la orden.
La imagen de la Virgen de la Merced viste totalmente de blanco; sobre su larga túnica lleva un escapulario en el que está impreso, a la altura del pecho, el escudo de la orden.  Un manto blanco cubre sus hombros y su larga cabellera aparece velada por una fina mantilla de encajes.  En unas imágenes se la representa de pie y en otras sentada; unas veces se muestra con el Niño en los brazos y otras los tiene extendidos mostrando un cetro real en la mano derecha y en la otra unas cadenas abiertas, símbolo de liberación.  Esta es la apariencia de la hermosa imagen que se venera en la Basílica de la Merced, en la capital limeña, que fue entronizada a comienzos del siglo XVII y que ha sido considerada como patrona de la capital.
Fue proclamada en 1730 "Patrona de los Campos del Perú"; "Patrona de las Armas de la República" en 1823; y al cumplirse el primer centenario de la independencia de la nación, la imagen fue solemnemente coronada y recibió el título de "Gran Mariscala del Perú" el día 24 de septiembre de 1921, solemnidad de Nuestra Señora de la Merced, desde entonces declarado fiesta nacional, ocasión en que cada año el ejército le rinde honores a su alta jerarquía militar de "Mariscala".  La imagen porta numerosas condecoraciones otorgadas por la república de Perú y sus gobernantes e instituciones nacionales.  En 1970 el cabildo de Lima le otorgó las "Llaves de la ciudad" y en 1971 el presidente de la República le impuso la Gran Cruz Peruana al Mérito Naval, gestos que demuestran el cariño y la devoción del Perú a esta advocación considerada por muchos como su Patrona Nacional.

 

NUESTRA SEÑORA DEL ROSARIO- La Patrona del Peru

«En el lado que sigue del crucero se admira en aparato de capilla la que es en Lima el celestial lucero, la que en la devoción constante brilla, Aquella Virgen, que en piadoso esmero es Patrona y la octava maravilla; pues grandeza, primor y culto vario todo cede a la imagen del Rosario» (Casimiro Novajas, 1867).



Aunque el origen del Santo Rosario —también llamado Salterio de María— se remonta a los tiempos apostólicos, el Cielo reservó a Santo Domingo de Guzmán (1170-1221) la misión de propagar esta devoción. Consternado a causa de la herejía albigense y los pecados de sus contemporáneos, se internó tres días en un bosque, quedando en continua oración y penitencia. Entonces, la Santísima Virgen se apareció y le dijo:
—“¿Sabes, querido Domingo, de qué arma se ha servido la Santísima Trinidad para reformar el mundo?
—¡Oh Señora —respondió él— tú lo sabes mejor que yo; porque, después de Jesucristo, tu Hijo, tú fuiste el principal instrumento de nuestra salvación!
—Pues sabe —añadió la Virgen— que la principal pieza de la batalla ha sido el salterio angélico, que es el fundamento del Nuevo Testamento. Por ello, si quieres ganar para Dios esos corazones endurecidos, predica mi salterio”.
Consolado e inflamado de celo por la salvación de las almas, Domingo volvió al combate predicando incansablemente la devoción que la Señora del Rosario le enseñara, y por todas partes reconquistaba almas: los católicos tibios se enfervorizaban, los fervorosos se santificaban; las órdenes religiosas florecían; convertía a los herejes que, abjurando de sus errores, volvían a la Iglesia por millares; los pecadores se arrepentían y hacían penitencia; expulsaba a los demonios de los posesos; operaba milagros y curaciones.

Virgen de la Candelaria

Todos cuantos se han ocupado del Santuario de Copacabana reconocen que la imagen labrada por Tito Yupanqui y en él venerada, fue un medio de que se valió la Providencia para atraer a los indios a la Fe. Por ello escogió la Virgen como trono de sus misericordias, una región de las más pobladas del Perú y en la cual se había encastillado sólidamente la idolatría. Hasta la venida de la imagen a las riberas del lago Titicaca, se había predicado, es cierto, el Evangelio a las poblaciones ribereñas, se habían establecido doctrinas, pero a juicio de los cronistas de entonces, aún persistían en ellas las prácticas idolátricas y su ingreso en la iglesia de Cristo era, como decía el Virrey Toledo, aparente y casi forzado... Desde el día 2 de febrero de 1583, en que asentó sus reales en el pueblo la Virgen de la Candelaria, comenzó la conversión definitiva del Collao y la fama de
sus milagros hizo que su influencia se extendiera a las comarcas más distantes".
Las cruentas luchas por la posesión de la riquísima mina de Laicacota, a mediados del siglo XVII, movieron al célebre Conde de Lemos, Don Pedro Antonio Fernández de Castro, a dirigirse en persona al altiplano para pacificar aquella vasta región. En su empeño, el piadoso Virrey –muerto en olor de santidad– acudió al famoso santuario de Copacabana para agradecer a la Virgen por el éxito de su empresa, luego de fundar a orillas del soberbio Titicaca, el lago navegable más alto del mundo, la ciudad de San Carlos Borromeo de Puno, el 4 de noviembre de 1668. Allí, en la parroquia de San Juan Bautista, se venera desde antaño a una linda, dulce y sonrosada imagen de la Santísima Virgen de la Candelaria.


  
Pero esta gran devoción del pueblo puneño por su reina y patrona sólo vendría a consolidarse años después, durante la rebelión de Tupac Amaru, en 1780. Puno fue asediada a la sazón por los insurgentes, quienes con los aprestos de guerra, el estrépito de los pututos y las hogueras nocturnas, lograron atemorizar a sus habitantes. En aquel trance volvieron ellos sus ojos a la Mamacha Candelaria y en concierto general sacaron a la imagen en procesión, "implorando con llantos y fervientes súplicas el amparo y socorro de su celestial Madre". Mientras tanto los sublevados habían coronado las cimas de los cerros que rodean la ciudad, lanzando atronadores y amenazantes gritos. Intervino entonces de modo milagroso la poderosa María: "a los ojos de los indios sitiadores aparecieron las calles y plazas de esta ciudad custodiadas y defendidas por numerosos ejércitos de soldados. El terror y espanto de los sitiadores fue tal, que huyeron precipitadamente en la mayor confusión, sin haber causado el menor mal ni daño a la ciudad".
En agradecimiento por aquella merced y por todos los demás favores que en el curso del tiempo la Madre de Dios les ha prodigado, cada año sus pobladores se empeñan con la mayor devoción para engalanar su fiesta el 2 de febrero.
La Virgen de la Candelaria de Puno fue coronada canónicamente el 7 de mayo del 2000, por el Emmo. Cardenal, Mons. Augusto Vargas Alzamora, S. J.
Un tradicional novenario da inicio a la conmemoraciones; y una colorida procesión, en la que participan cientos de danzarines, recorre las calles de la ciudad en el día central, al que aún le sigue una octava que concluye siempre en Domingo al atardecer. Toda una vasta región "en la cual se había encastillado sólidamente la idolatría" adhirió fervorosamente a la Religión Católica, gracias a la devoción a la Virgen de la Candelaria.
No obstante, mientras en ciertos ambientes eclesiásticos estas manifestaciones religiosas pasaron a ser mal vistas, ridiculizadas, criticadas..., comenzó a producirse un extraño fenómeno opuesto: sectores comerciales, publicitarios y turísticos las exaltan y promueven, exclusivamente por la riqueza cultural de la que son portadoras.
Es decir –tal como sucede hoy con el desvirtuamiento comercial de la Navidad– se da realce e importancia a la expresión meramente externa, y no al sentimiento interior que les ha dado su origen.
Así, se destacan los bailes, la música, la vestimenta; en desmedro del culto, de la devoción, de la acción de gracias.
Se pretende que un emotivo homenaje a la Patrona se transforme en una ocasión para exhibirse ante las cámaras, el lente fotográfico o las miradas de los turistas. Se pretende que un acto de piedad tan arraigado en la fe del pueblo, se transforme en un preámbulo de orgías y borracheras.
Se pretende que una tradicional y hermosa manifestación de fe se transforme en una fiesta neopagana, en una mera representación o espectáculo folklórico, para deleite de los enemigos de la religión y para el lucro de un puñado de mercaderes inescrupulosos.
No nos dejemos atrapar en esta falsa alternativa entre los que menosprecian la devoción y los que se aprovechan de ella para corromperla. No renunciemos a nuestras más caras tradiciones cristianas, antes bien, purifiquémoslas de cualquier elemento extraño que las puedan manchar.
Exterioricemos nuestro amor y nuestra devoción a María Santísima en su advocación de la Purificación o Candelaria, y como prueba de ello llevemos una vida honesta que sea el reflejo de sus más altas virtudes.


martes, 24 de mayo de 2011

Nuestra Señora de las Lajas

En el siglo dieciocho, en Colombia, solía caminar hacia Ipiales. Un día en un sitio de nombre Las Lajas hubo una tormenta. Asustada, se refugió en una cueva al lado del camino. Sintiéndose angustiada y sola, comenzó a invocar a Nuestra Señora del Rosario. Entonces, sintió que alguien le tocó la espalda y la llamó. Ella se volteó, pero no vio nada. Con miedo, huyó a Potosí. Días después, María regresó a Ipiales, llevando en la espalda a su hijita Rosa, que era sordomuda. Cuando llegaron a la cueva, ella se sentó a descansar. No había terminado de acomodarse, cuando la niña se bajó de su espalda y comenzó a treparse en las piedras de la cueva, exclamando: "¡Mami! ¡Mami!, ¡Aquí hay una señora blanca con un niño en sus brazos!"

María estaba asombrada, pues era la primera vez que oía a su hija hablar. Y, más aún, no veía por ninguna parte las figuras que la niña describía. Muy nerviosa se fue para Ipiales, allí les contó a parientes y amigos lo sucedido, pero nadie le creyó. De esta manera, muy pronto la región entera supo del misterio de la cueva, la cual todos conocían, pues quedaba al pie de un camino muy transitado.
 
Unos días después, Rosa desapareció de su casa. María, la buscó por todas partes, pero no la halló, hasta que sintió que debía ir a la cueva, pues a menudo decía que la mujer blanca la llamaba. Cuando llegó vio a su hija arrodillada frente a la mujer blanca y jugando con el niño. María cayó de rodillas ante este hermoso espectáculo; había visto a la Santísima Virgen por primera vez.

Temerosa del menosprecio de sus parientes y vecinos, María prefirió callar al respecto. Comenzó a frecuentar la cueva, y, poco a poco, la llenó de flores silvestres y velas de sebo, que su hija le ayudó a pegar en la vía de piedra. El secreto lo sabían sólo María y Rosa, hasta el día en que la niña cayó gravemente enferma y pronto murió. María, decidió llevar el cuerpo de la niña a los pies de la Señora del Guáitara. Allí le recordó a la Virgen todas las flores y velas que Rosa le solía llevar, y le pidió que le devolviera la vida.

Sintiéndose presionada por la tristeza de las súplicas maternales que no cesaban, la Virgen Santísima consiguió de su Divino Hijo el milagro de la resurrección de la pequeña Rosa. Llena de alegría, María se fue a Ipiales. Llegó a las diez de la noche. Les contó a todos sus allegados la maravilla ocurrida. Los que se encontraban ya durmiendo, se levantaron; hicieron que tocaran las campanas de la iglesia, y una gran muchedumbre se reunió frente a la iglesia de la villa. Ya estaba amaneciendo, y todos se dirigieron hacia la cueva. Llegaron al rayar el alba.

A las seis de la mañana, se encontraban en Las Lajas. Ya no podía haber duda acerca del milagro; de la cueva brillaban luces extraordinarias. Allí, en la pared de piedra, se hallaba grabada para siempre la imagen de la Santísima Virgen.